Un
paseo por la calle un domingo por la mañana me es sumamente placentero. Es un
breve tiempo para observar a la gente, para socializar y convivir con los
ciudadanos de esta gran urbe. Los niños juegan en los parques: sonríen, juegan,
se pelean, lloran etc. Las miradas de sus padres o de otros adultos denotan por
igual sonrisas, gestos de preocupación, de amor, de asombro, hasta de enojo
cuando a un niño se le cae el helado recién comprado en la camisa. Un manotazo
y el niño se suelta en llanto. ¿Qué sería del ser humano si no tuviera la
capacidad para sentir emociones? ¿Por qué tenemos emociones? Históricamente, el
ser humano se ha hecho las dos preguntas anteriores, además se ha preguntado
sobre su capacidad para sentir emociones y la forma en las que las manifiesta.
Se sabe que Aristóteles pensaba que el corazón era el órgano encargado de
generar las emociones. ¿Quién no ha sentido como se le acelera el corazón
cuando se alegra, cuando tiene miedo, o cuando vive algo emocionante? ¿Quién no
ha sentido dolor en el corazón cuando
pasa por un duelo, o por un desamor? Unos siglos después, el gran Galeno
afirmaba que el cerebro era el verdadero asiento de las emociones. Sólo los
años y notables investigadores han podido dilucidar cada vez más la complejidad
de las emociones.Pero
antes, debemos hacer notar que los animales pueden expresar emociones. El gran
Charles Darwin describió que ciertas expresiones son comunes en los animales,
como el enojo o la rabia, por ejemplo (Fig. 1).
Pero
ahí no quedó la cosa, ya que otro investigador de apellido McLean, propuso en
1949, una visión más amplia de los circuitos de las emociones, ya que ubicó de
manera anatómica a las estructuras cerebrales de acuerdo a su origen evolutivo
y sus funciones por lo tanto en la generación de las emociones. Además, la idea
principal de la teoría McLean fue que las emociones surgen a partir de la
integración de los estímulos externos con las respuestas corporales. La visión
de McLean tiene vigencia hasta nuestros días; sin embargo, datos recientes han
contribuido a refinar el concepto del “cerebro emocional”. Sin embargo, definir
con precisión a las áreas cerebrales que están involucradas y de qué forma en
el proceso de las emociones, no ha sido sencillo, incluso en nuestros días con
las herramientas de imagenología y otras no invasivas, como la estimulación
transcraneal apenas comenzamos a entender la complejidad de las emociones y su
sustento en el sistema nervioso. En la figura 2, se ilustran algunas zonas
relacionadas a las emociones, entre ellas se encuentran: la corteza prefrontal,
la corteza del cíngulo, la amígdala, el hipocampo, núcleo accumbens y el pálido
ventral. Quizá no le sean familiares estos nombres, quizá sí. Lo cierto es que
tal vez no sean las únicas zonas involucradas en el procesamiento de las
emociones. Aún falta historia que contar, mientras seguiremos teniendo un
cerebro emocional.
Conclusiones
¿Qué
sería de nuestra vida sin los sentimientos? No me imagino una vida sin la
capacidad de emocionarse ante un evento inesperado, ante una buena noticia etc.
de igual manera y aunque sea duro, las experiencias dolorosas también son parte
de nuestra vida. A veces nos hacen más fuertes, a veces nos dan importantes
lecciones y otras veces nos hacen madurar. Lo cierto es que la neurociencia
tiene un amplio campo de trabajo y de horas de esfuerzo. El camino es
interesante y seguramente estará lleno de hallazgos importantísimos que nos
acerquen a conocer esa parte tan importante en nuestras vidas. Finalmente, aunque
aún no hay consenso sobre la definición de qué son las emociones, lo cierto es
que nos hacen sentirnos humanos, nos hacen sentirnos vivos.
Referencias
The emotional brain. Tim Dalgleish. Nature Reviews Neuroscience.Vol
5. pp: 582-589. 2004.
The Limbic
System Conception and Its Historical Evolution. Roxo M. et al. The ScientificWorld Journal 11,
2428–2441. 2011.
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